Ocho de cada diez empresas cargadoras están dispuestas a pagar más por un transporte de menos emisiones, incluso están dispuestas a cambiar de transportista si no cumple con estos requisitos.
Esta afirmación, resultado de una encuesta real, era impensable hace tan solo cinco años, y nos da idea de la necesidad imperativa de avanzar en la reducción de las emisiones de CO2 asociadas a los procesos logísticos y de transporte de mercancías. Además, nuestro colectivo tiene una responsabilidad añadida que le otorga su papel de prescriptor de muchas de las soluciones que se desarrollan aguas abajo, al seleccionar un modo de transporte, una ruta o un tipo de vehículo.
El transporte por carretera es un gran emisor de CO2 y un área prioritaria para la descarbonización. En la práctica habitual, el cargador trabaja conjuntamente con su proveedor de transporte mediante compromisos a medio plazo y prioridad de carga, para facilitar que los vehículos y la operativa contribuyan a la descarbonización, algo que habitualmente pasa por inversiones en adquisición o renovación de flota.
La autonomía y potencia de los vehículos eléctricos hace que su utilización quede limitada a la distribución de mercancías en zonas urbanas o periurbanas, en un radio máximo de 200 km (distribución de última milla).
En cuanto a camiones con propulsión a base de gas natural vehicular (GNC/GNL), solamente son adecuados para rutas de larga distancia, alrededor de 900 km, y su rentabilidad se obtiene para más de 150.000 km/año. Por otra parte, el gas natural no deja de ser un combustible fósil y está sujeto a dependencia de los países productores.
Al margen del GNV, la tecnología para conseguir vehículos pesados de cero emisiones en largo recorrido, no está todavía disponible. El sector tiene muchas esperanzas puestas en el hidrógeno verde, pero, aunque algunos operadores logísticos ya lo están utilizando en baterías para carretillas, todavía no hay producción comercial de camiones de hidrógeno.
Este escenario actúa como freno a las inversiones, lo que está dando lugar a un envejecimiento de la flota de vehículos de transporte de mercancías que provoca el efecto contrario al deseado, es decir, un aumento en las emisiones.
Para el transporte marítimo interoceánico y el transporte aéreo, que en la actualidad dependen casi exclusivamente de los combustibles fósiles, no existe todavía una alternativa técnica y comercialmente viable de combustibles sin carbono. Para estos modos, a los que podemos sumar el transporte por carretera, resultará fundamental el desarrollo de los ecocombustibles, tanto en su versión sintética, como los producidos a partir de residuos o biomasa y que están llamados a desempeñar un papel esencial en la transición ecológica. Estos combustibles, que tienen un balance cero o casi nulo de emisiones, presentan la ventaja de su compatibilidad con el parque actual de camiones, barcos y aviones y con la infraestructura existente de recarga, mantenimiento, e inspección.
Pero no sólo los vehículos sino la transformación digital que ahorra papel y optimiza procesos, la inmologística y las infraestructuras portuarias con sistemas de eficiencia energética e instalación y uso de renovables, deben contribuir a la descarbonización del transporte.
Porque en el camino hacia la sostenibilidad, todos los agentes desempeñan un papel relevante.
Artículo de opinión publicado en el nº284 de Logística Profesional (pág 62-63)
En España se reforzarán las contrataciones para esta temporada con alrededor de 200 personas para el procesamiento y aproximadamente 600 proveedores de distribución.
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